De acuerdo con la Clasificación Internacional de los Trastornos del Sueño, al insomnio se le define como el no dormir lo suficiente o el no sentirse descansado después de dormir. Quienes presentan insomnio experimentan adicionalmente, por lo general problemas físicos o emocionales, tienen una mayor propensión a los accidentes o desarrollan otros trastornos psiquiátricos en comorbilidad. Hasta ahora el uso de hipnóticos como las benzodiacepinas ha sido el tratamiento principal para su atención. Sin embargo empiezan a aparecer nuevas opciones que seguramente cambiarán el panorama del tratamiento farmacológico del insomnio en el curso de los siguientes años.

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El sistema endocanabinoide en el cerebro es un regulador de la actividad sináptica tanto de las neuronas inhibitorias como de las excitatorias. Desde ya hace varios años se ha demostrado que sus efectos modulan los mecanismos involucrados en el dolor, las emociones, las motivaciones y la cognición. Cada vez hay más información sobre su participación en diversos fenómenos psicopatológicos entre los cuales resalta el de los trastornos de la conducta alimentaria. En estos tiene influencia al actuar sobre los circuitos localizados en el hipotálamo y el tallo cerebral, que son algunas de las estructuras involucradas en aspectos tales como el apetito y la saciedad.

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Uno de los objetivos principales en el tratamiento de muchos padecimientos es el lograr identificar a individuos en las etapas iniciales y poder iniciar tratamientos que eviten su desarrollo hacia cuadros más graves. Esto es particularmente importante en la esquizofrenia. Ahora hay forma de poder identificar a sujetos con elevado riesgo y administrarles tratamiento. Como opción alterna al uso de antipsicóticos se ha propuesto la prescripción de ácidos grasos Omega-3.

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El litio ha sido un tratamiento de primera elección para el trastorno bipolar, o bien como un medicamento adicional en aquellos cuadros de depresión que no responden a la monoterapia con antidepresivos. Sin embargo, si bien su eficacia está claramente comprobada, su prescripción ha declinado en los últimos años y ahora se prefieren otros tratamientos a pesar de que no cuenten con la misma evidencia de eficacia. Uno de los riesgos que el clínico que lo prescribe debe evaluar es el efecto que pueda producir sobre la función renal. Dos revisiones recientes abordan este tema de actualización para los clínicos.

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